I
En una modesta panadería en los alrededores de Altamira el calor de Semana Santa se cernía sobre todo el lugar a la vez que todo se evaporaba a la distancia; mientras Caracas se movía frenéticamente, en este lugar el tiempo transcurría diferente; los ventiladores exhalaban con sus últimas fuerzas, el aire olía a fritura y humo de cigarrillo y el único sonido perceptible era una radio desde la cual el locutor recitaba las noticias del día:
Seguir leyendo